No es un proceso novedoso en la curación de heridas. Existe documentación de la 1ª Guerra Mundial y de la Guerra Civil Americana, en la que se establece que las ulceras infestadas por ciertos gusanos, generalmente de forma accidental, eran heridas más limpias y con menos infección que las heridas que no estaban infestadas.
Con la llegada de los antibióticos esta terapia desapareció.
Desde hace unos años aparece como una alternativa no quirúrgica, adecuada y segura para el desbridamiento de lesiones de diferente etiología, especialmente cavitadas y de difícil acceso para procedimientos quirúrgicos o cortantes, con gran cantidad de tejido necrótico y exudado profuso, incluso ante heridas complicadas por osteomielitis.
No se conocen efectos secundarios, ni alergias y como ventaja añadida, reduce de forma importante la carga bacteriana en estas lesiones, incluyendo el Methicillium-resistente y el Estafilococus aureus.
En esta terapia se utilizan larvas estériles de la especia Lucilia sericatta (verde botella). Estas larvas producen potentes enzimas que eliminan el tejido muerto y respetan el tejido no dañado.
El procedimiento requiere mantener las larvas en un entorno adecuado. Las caras necróticas muy duras precisan de un ablandamiento previo. El material utilizado en el lecho de la úlcera, como los hidrogeles, puede ser determinante para la larva. Un excesivo exudado puede ahogarlas y por el contrario, sin la humedad justa, la larva se deshidrataría y moriría.
Biliografía: Atención intergral a las heridas crónicas. GNEAUPP. 2004 S.P.A.
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